Investigadores buscan más minorías en ensayos para vacuna contra COVID-19

En esta imagen de 2006, un profesional sanitario cualificado está en el proceso de administrar una inyección a una mujer utilizando el músculo de su hombro derecho. (Cortesía CDC)

PHOENIX — A medida que los investigadores compiten para producir una vacuna eficaz contra el COVID-19, los profesionales médicos urgen a los latinos y afroamericanos —quienes están en mayor riesgo de contraer el virus— a que participen en los ensayos clínicos.

Pero debido a una larga historia de racismo y experimentación poco ética, las personas de color pueden estar indecisas en participar.

Hasta el 9 de octubre, Moderna, una de las empresas que realiza ensayos clínicos como parte de la Operación Warp Speed del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, reportó que el 34.5% de sus más de 28,000 participantes provenían de comunidades de color. Pfizer informa que el 29% de sus participantes en Estados Unidos provienen de diversos orígenes.

Para que una vacuna sea efectiva, los expertos en salud pública señalan que los ensayos deben tener una participación que refleje la composición del país. Las personas de color forman aproximadamente el 40% de la población del país que tienen más de 18 años, de acuerdo al censo.

Debido a que los afroamericanos, los indígenas americanos y los latinos tienen casi 3 veces más probabilidades que los blancos de contraer el virus que causa COVID-19, los expertos dicen que los ensayos con vacunas contra el coronavirus deben reflejar esa sobrerrepresentación.

“Estamos soportando la parte significativa de esto”, dijo Emmanuel Peprah, profesor asistente de salud global de la Universidad de Nueva York y ex funcionario de los Institutos Nacionales de Salud.
“Muchos afroamericanos, negros y otras personas de color han muerto a causa del coronavirus. Si no participamos en un tamaño de muestra lo suficientemente grande como para que seamos representativos, no sabremos cómo estas diversas vacunas interactuaron con nosotros y darán a los médicos… suficiente información”.

Peprah y otros expertos dijeron que es importante tener diversos participantes para determinar cómo la vacuna podría resultar en efectos secundarios dependiendo de la edad, composición genética, condiciones médicas adicionales, o medicamentos tomados.

“Teóricamente, si acumula hombres blancos de 25 años en un ensayo clínico, sabe que el medicamento podría ser seguro y que podría ser eficaz en hombres blancos de 25 años”, dijo el Dr. Subhakar Mutyala, un oncólogo en radiación y profesional de salud pública en Phoenix. “Usted no sabe realmente, ¿es transferible a las personas mayores?, ¿es transferible a las personas con comorbilidades?, ¿es transferible a las minorías que podrían tener comorbilidades?”.

Las personas de color experimentan desproporcionadamente de alta presión arterial, asma, obesidad, diabetes y enfermedades del corazón –dolencias que están entre las más comunes en contribuir a la muerte de personas con COVID-19–. Estas son enfermedades cuya prevalencia en las comunidades de color a menudo son un subproducto de las desigualdades estructurales, como vivir en desiertos alimentarios o cerca de sitios de desechos ambientales.

Estas desigualdades son lo que Mutyala y Peprah dicen que son grandes contribuyentes a tasas más altas de COVID en las poblaciones minoritarias.

Las personas de ciertos grupos de minorías raciales y étnicas también están representadas desproporcionadamente en trabajos considerados esenciales durante la pandemia. Ellos trabajan en el área de la salud, la agricultura, las fábricas, las tiendas de comestibles y el transporte público.

“Muchos de estos trabajadores de primera línea que tenían que interactuar con la gente a diario eran más susceptibles a contraer ese virus de personas que eran asintomáticas”, dijo Peprah. “Así que tienes a estos individuos que están propagando involuntariamente el virus porque no saben que lo tienen. Y luego tienes trabajadores de primera línea que no podían quedarse en casa por varias razones”.

Los expertos en salud pública han pedido cada vez más la representación de las minorías en estos ensayos de vacunas. Los presidentes de dos universidades históricamente negras en Nueva Orleans se han unido a las filas y han llegado tan lejos como participar por sí mismos para animar a otros a unirse.

“Las personas y las comunidades a las que servimos nos miran como un ejemplo. Nuestra participación en estos estudios ayudará a encontrar maneras de combatir mejor la pandemia”, señalaron en una carta conjunta Walter Kimbrough, de la Universidad Dillard, y C. Reynold Verret, de la Universidad Xavier de Luisiana.

La Red de Prevención de COVID-19 (COVID-19 Prevention Network, por su nombre en inglés) creada por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas en NIH, ha publicado una serie de anuncios de televisión con personas de color para alentar a las minorías a participar.

“Incluso cuando las cosas se ven sombrías, sabemos que alguien está lleno de esperanza y fuerza y quiere tomar medidas”, dice un anuncio que presenta a negros y latinos, muchos en trabajos esenciales. “Alguien que se enrolla las mangas de la camisa, porque eso es lo que siempre hacen”.

Sin embargo, con una larga historia de errores grabados en la memoria de estas comunidades, los investigadores en el área de las vacunas están teniendo dificultades para reclutar a personas negras y de otras minorías que expresan desconfianza en el sistema médico.

“No puedes divorciarte de donde estamos en 2020, con COVID-19, de lo que ha sido históricamente actos discriminatorios que se han perpetuado sobre negros y otras personas de color”, dijo Peprah.

En el estudio Tuskegee Syphilis, que duró 40 años, los investigadores dejaron a cientos de hombres negros sin tratar para poder observar el daño en sus cuerpos. Estos experimentos poco éticos han dejado a algunas comunidades de color reacios a unirse a los ensayos clínicos para una vacuna contra el COVID-19. (Foto cortesía National Archives Atlanta)

Los escépticos suelen apuntar al “Estudio Federal de Sífilis de Tuskegee“, que comenzó en 1932 y duró 40 años. A lo largo de las décadas, los investigadores en Alabama dejaron que cientos de hombres negros no fueran tratados para observar el desarrollo que tuvo la enfermedad en sus cuerpos. A los hombres se les dijo que estaban recibiendo ayuda. En cambio, sufrieron de una enfermedad que, durante los últimos 25 años del estudio, tuvo una cura.

A principios de 1946, el gobierno de los Estados Unidos también realizó estudios en los que inyectaron –sin su consentimiento– a más de 5,000 guatemaltecos con bacterias que causaron enfermedades de transmisión sexual.

Desde entonces se han puesto en marcha protocolos para que sea más seguro para las personas participar en ensayos científicos, incluido el consentimiento informado, la idea de que un paciente debe saber lo que está pasando y dar su permiso.

“Si una persona que te está reclutando para un ensayo de vacunas no está dispuesta a sentarse contigo y darte la oportunidad de leerlo, que puedas discutirlo, y luego que responda cualquier pregunta que puedas tener, es un ensayo del que no quieres ser parte”, dijo Peprah.

Ejemplos de experimentación poco ética, junto con un clima político polarizado, contribuyen a una atmósfera de desconfianza que ha dejado a algunos reacios a participar en los ensayos COVID-19.

En una encuesta del 8 al 10 de septiembre publicada por OH Predictive Insights, sólo el 38% de los arizonenses dijo que recibirán una vacuna contra el COVID-19, incluso si fuera gratuita.

Gloria Borboa, una mujer mexicoamericana que vive en Phoenix, dijo que no participaría porque el proceso de desarrollo se siente apresurado y politizado.

“Para mí, es muy pronto para que haya salido”, dijo Borboa. “Siento que el presidente se apresura a que esté lista antes de las elecciones y obtener votos de esa manera”.

Antonio de la Torre, un agente de seguros de salud mexicanoamericano de Phoenix, tampoco participará, pero para él, es más bien un problema cultural.

“No quiero hablar por todos, pero mucha gente que conozco, no iremos al médico, no vamos a tomar la vacuna, no haremos algo si no lo necesitas”, dijo. “Así que tiene sentido en nuestra cultura. Es como: ¿Porqué recibir una inyección si no estás enfermo?”.

Mutyala dijo que incluso aquellos que están dispuestos a unirse a las pruebas pueden no tener acceso. La participación a menudo requiere múltiples visitas médicas, lo que es un desafío para las comunidades rurales de los nativos americanos. El mes pasado, el presidente de la Nación Navajo, Jonathan Nez, anunció que los ensayos de vacunas comenzarían en la reserva.

La creación de un ensayo clínico requiere una infraestructura que muchas clínicas gratuitas o de bajos ingresos pueden no tener. Y aunque se han implementado protocolos para garantizar que los estudios sean éticos y los participantes se mantengan seguros, estos protocolos también han creado una burocracia significativa que dificulta la participación de las clínicas más pequeñas que sirven a las poblaciones minoritarias.

“COVID-19 realmente ha expuesto las desigualdades que existen dentro de las comunidades negras y de otras minorías, en términos de igualdad de acceso a la atención de salud y luego también de tratamiento diferencial cuando se tiene acceso a la atención médica”, dijo Peprah. “Pero estas cosas y, a su vez, COVID-19 son parte de un problema social más grande, y es algo que no sólo se puede tratar dentro de la comunidad médica”.