Hija y periodista, lo que me enseñó el huracán María desde la diáspora

La reportera y productora Charlene Santiago de Cronkite Noticias captura las imágenes de Puerto Rico a seis meses del paso del huracán María. Santiago comparte su experiencia como puertorriqueña oriunda de Canóvanas, Puerto Rico y estudiante de periodismo. (Foto por Ben Moffat/Cronkite Noticias)

Ha pasado un año desde de que el huracán María llegó a Puerto Rico. Aún me persigue la interrogación solidaria: ¿tienes familia en Puerto Rico? ¿cómo están? ¿cuándo les llegó la luz?

Preguntar también es parte de mi profesión como reportera. Y es así como me tocó tratar con María. Primero, como hija, y segundo, como estudiante de periodismo.

La ironía: tuvo que ocurrir un desastre para que en Arizona y en el país completo habláramos de Puerto Rico. Fue como si lo que tanto escondía de mi identidad, quedase expuesto con un semblante impreciso.

La angustia de un 20 de septiembre de 2017

Nunca olvidaré esa noche de insomnio. Me sentía impotente.

Estaba en Arizona y mi familia en Puerto Rico.

Era temprano en la madrugada. Pegada a mi dispositivo móvil, ingresaba a mis redes sociales y actualizaba constantemente mis páginas de inicio. Cada vez eran menos las actualizaciones de mis amigos. Simultáneamente, aumentaba la desconexión.

Estos eran algunos de los relatos que leía en mis redes sociales:

Este ruido es horrible y apenas comienza!!!!! con niños pequeños peor que se levantan llorando preguntando ''que es eso mama" señor que acabe ya 😞😞😞😞

Posted by Frances Pagan on Wednesday, September 20, 2017

¡Las puertas de cristal se mueven como si fuesen a estallar! Creo que el edificio se mueve.

Posted by Awilda Molina on Wednesday, September 20, 2017

Esa madrugada, en la incertidumbre que agobia la distancia, fue que logré entender la gravedad de la situación.

A las 3 a.m. hora de Arizona, 6 a.m. de Puerto Rico, le escribí a mi vecina que estaba conectada en Facebook.

“Estamos bien, pero esto está malo”, me dijo mi vecina. Me envió imágenes de uno de los cuartos de su casa. La ventana había estallado. Estaba aún más preocupada por mis abuelos.

Mi abuelo tiene Parkinson, un trastorno que afecta el sistema nervioso central. Previo al huracán lo había visitado en agosto. Lo notaba muy ansioso. Cada vez que me voy de Puerto Rico, me abruma el pensamiento de perderlo, así como él mismo ha perdido control a causa de la enfermedad. Lo mismo aplica con todos mis familiares. Cada vez que me voy de Puerto Rico, no sé cuándo será la próxima vez que los volveré a ver.

Mi hermano, Jeancarlo Santiago, recientemente cumplió 19 años y pese a su edad, ha tenido que asumir mucha responsabilidad en el hogar. Yo me crié con mi papá y mis abuelos. Mi mamá falleció cuando dió a luz a mi hermano.

Al irme de Puerto Rico en el 2014 para iniciar mi carrera universitaria en el periodismo, la salud de mi abuelo se fue agravando. Es por esto que le tocaba a mi hermano asumir gran parte de las responsabilidades y labores en la casa, brindándole una mano a mi abuela, quien siempre ha sido la fortaleza de nuestra familia.

Esa noche sabía que mis abuelos estaban en buenas manos.Las comunicaciones estaban bien limitadas, pero mis abuelos lograron llamarme por un breve minuto para decirme que estaban bien. Mi tía y mi papá también lograron comunicarse conmigo.

Después de la tempestad

Al día siguiente fui a Arizona State University, la universidad donde estudio periodismo , pero no podía evadir las imágenes en los noticieros de lo que María había dejado marcado. Estaba nerviosa y ansiosa, pero me negaba a admitirlo.

Ese día, un miércoles, estuve editando un rato a solas. Estaba preparando el programa semanal, Avance, de Cronkite Noticias, un show en español que sale en vivo a través de Facebook. Recuerdo cómo buscaba imágenes o broll para hablar al día siguiente sobre Puerto Rico y el huracán. Fue entonces cuando comencé a reconocer en esas imágenes las calles y los lugares que recorría frecuentemente cuando vivía en Puerto Rico.

La simple idea de lamentablemente tener que decir vivía en Puerto Rico, con toda sinceridad, me parte el corazón, pero creo que más me dolió cuando vi que mi hogar ya no era lo que tantas veces recorrí. Cuando me percaté de esta realidad, estaba junto a mi profesora y directora, Valeria Fernández y me moría de la vergüenza porque no pude contener las lágrimas del dolor

Recuerdo que varios reporteros de Arizona se comunicaron conmigo para que hablara sobre mi experiencia como boricua en el exterior. Yo sé lo que es tener que buscar una entrevista, o encontrar ese soundbite que complete una nota y así era como me sentía, como un soundbite. Quizás no lo era, pero así lo sentí.

Recuerdo haberle preguntado a mi profesora y mentora, Vanessa Ruiz, si ella pensaba que era buena idea que diera una entrevista, por el tema de ser periodista y que uno debe mostrarse imparcial. Esto no era cualquier situación. Yo tenía opiniones por demás y más que nada tenía mucha inseguridad de mis sentimientos ante lo ocurrido. No le comuniqué esto a mi directora, pero ella supo ver más allá de mi inseguridad y me recordó: eres humana.

Decidí hacer la entrevista.

No tenía control

Después de casi un mes del huracán hay otra madrugada que nunca olvidaré. Eran las 6 de la mañana en Arizona y mi papá me llamó para decirme que estaba pensando enviar a mis abuelos a vivir un rato conmigo en Arizona porque la situación no era saludable para ellos. Esta noticia me causó una ansiedad que nunca había sentido.No podía respirar.

Esa llamada destapó la realidad de lo que mi familia estaba viviendo. Yo tenía todo lo que a ellos les faltaba y sentía que no tenía control.

Dolía tener que continuar con mis responsabilidades como estudiante y como productora mientras que un 30 de octubre, a casi dos meses de María, mi papá me envió una foto. En ella, se veía una cama tirada en el suelo, con una sábana que reconocí rápido. Era la sabana que yo usaba en mi cuarto, cuando vivía en Canóvanas. Había una almohada, un abanico de batería al otro extremo y al lado de la cama había una lámpara para iluminar. Aún no tenían luz. Les llegó a finales de noviembre.

Así dormía mi padre desde el 20 de septiembre por miedo a que alguien se metiera a la casa.

En esta cama dormía mi padre en el piso, entre medio de la sala y la cocina en el primer piso de nuestra casa. Su cuarto está en la segunda planta. (Foto por Charlene Santiago/Cronkite Noticias)


Volver a Puerto Rico después del huracán

En diciembre, regresé a Puerto Rico a estar con mi familia. Siempre lo hago, pero esta vez fue diferente. Los semáforos de las intersecciones no funcionaban. Desde las vías de tránsito se podían ver hogares con toldos azules, es decir, personas que perdieron parte, si no todo el techo de su hogar. Los árboles que una vez daban sombra y pintaban el camino cotidiano hacia mi casa, habían sido abatidos por el huracán.

No podía creerlo y peor aún cuando me decían: “Ya nosotros estamos bien. Esto no es nada comparado a septiembre”.

Para ese entonces, mi hermano trabajaba con una agencia privada que realizaba las inspecciones de FEMA relacionadas a los reclamos de los daños en el hogar. Un día decidí acompañarlo a Humacao, un municipio en la costa sureste de la isla. Entré a hogares completamente destruidos. Quedé incrédula, al ver que los residentes ya se habían acostumbrado a la situación.

Pero dentro de lo negativo está lo positivo. Todos los años mi familia celebra la despedida de año junto a unos amigos. En Puerto Rico hay una canción tradicional que dice: “Yo tenía una luz que a mi me alumbraba y venía la brisa y FUA y me la apagaba.” La versión Navidad 2017 pos-María decía lo siguiente: “Yo tenía una luz que a mi me alumbraba y venía María y FUA y me la apagaba.”

Los puertorriqueños siempre buscan algún tipo de gozo y eso recompensa el dolor que la diáspora puede tener al sentirse ausente y quizás hasta impotente.

¿Quién levanta a Puerto Rico?

Cada año, constantemente vivo el “vaivén” que probablemente comparto con hermanos de la diáspora boricua en Estados Unidos. Viajo a Puerto Rico dos a tres veces al año. Dentro de esta inconsistencia, he notado que en el aeropuerto siempre hay filas de espera, pero esta vez cuando regresé a Arizona en enero, fue distinto.

Antes, me sentía como si yo era la única en lágrimas. Quizás veía a una que otra familia despidiéndose de su hijo/a que estudia en Estados Unidos, pero esta vez hubo muchas despedidas. Por primera vez, yo no era de los pocos que intentan esconder lágrimas de pena y dolor. La gente se estaba yendo de Puerto Rico.

Así lucían las filas en el Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín, Carolina, Puerto Rico el 9 de enero de 2018. (Foto por Charlene Santiago/Cronkite Noticias)

Procedí a hacer la fila hacia del chequeo de seguridad. “Puerto Rico se levanta”, leían las camisas de algunos pasajeros en fila, frase que proviene de un movimiento que trascendió a consecuencia de las secuelas de María por la isla. Al leer las camisas, no podía evitar pensar, “¿cómo Puerto Rico se levanta, cuando cada día son más las personas que deciden levantarse ellas mismas?” Fue entonces cuando entendí el éxodo que vive el pueblo puertorriqueño: somos muchos los que nos vemos obligados a progresar en el extranjero.

Estoy consciente de que me encuentro lejos de la realidad que se vive en la isla y quizás no puedo representar con transparencia a mi patria. Pero en las lágrimas ajenas entendí que Puerto Rico vive una incertidumbre que ni los funcionarios federales y estatales saben cómo resolver. Entonces me preguntaba: ¿quién levantará a Puerto Rico?

Lo que nos reveló María

En marzo, regresé con mi universidad y el equipo de Cronkite Noticias para documentar la recuperación de la isla a seis meses del paso del huracán.

Las verdaderas historias están escondidas en la isla. Los protagonistas de mis historias, fueron personas que conocí al azar. Personas que se habían acoplado a la situación, pero que aún se les formaba un nudo en la garganta al relatar los hechos.

Hablé con los más vulnerables: personas de edad avanzada que perdieron el techo de su hogar, una señora que cuidaba de su hijo con impedimentos y peor aún, una familia de cuatro que perdió su casa por completo.

“Entra, ¿quieres un cafecito o algo de comer?” así me recibían. Recuerdo pensar, “¡Que rico es ser puertorriqueño!”

Auria Sánchez comparte su experiencia con Charlene Santiago de Cronkite Noticias. Sanchez junto a su esposo Leoncio Gonzalez perdieron el techo de su hogar y para la fecha de la entrevista no tenían agua o luz. (Foto por Ben Moffat/Cronkite Noticias)

Pero mientras me invitaban a sus casas y veía su diario vivir, lamentaba lo que veía. Antes de María, yo me había acostumbrado a ver casas pobres como una casa humilde porque era de campo y “así era ese estilo de vida”.

Fue entonces cuando por fin entendí por qué Puerto Rico no se levanta, por la desigualdad socioeconómica del país.

Yo soy de Canóvanas, a unos 30 minutos de la capital. Mi familia es de la clase media trabajadora de Puerto Rico, pero al ver los residuos de la isla después del huracán, mi isla me dijo a gritos: “Charlene, abre los ojos, qué privilegiada eres”.

Mi temprana carrera como periodista me ha enseñado el valor de la educación y el conocimiento, y María fue precisamente eso, una lección para la diáspora y los puertorriqueños en la isla. María nos enseñó lo mucho que no sabemos. María destapó lo que tanto ignorábamos: en Puerto Rico no todos somos iguales.