Adictos dicen estar atrapados en un circulo vicioso

TUCSON – Empeñaron los anillos de boda, perdieron la casa y estuvieron a punto de destruir su matrimonio. Durante casi una década, su mundo giró alrededor de pastillas de venta con prescripción médica y, más adelante, de la heroína.

Él dejó de trabajar. La depresión de ella se profundizó vertiginosamente. Sus vidas se redujeron a un propósito: evitar el malestar que se produce durante la abstinencia a los opioides.

La adicción se transformó en una obsesión incontrolable, que comenzó con el accidente en motocicleta de Brian Parker en 2007. El padre de cuatro hijos sufrió daños en el sistema nervioso después de chocar lateralmente en un cruce de Tucson. Tratando de mantener su trabajo como soldador, Parker dijo que no podía pasar un día sin la morfina y la oxicodona que los médicos le recetaron. Su esposa, Jamie Dutton, tenía dolores de cabeza, así que también comenzó a tomar pastillas.

“Cada día me despertaba y me sentía mal, así que antes de levantarte de la cama estás buscando tu frasco de pastillas”, dijo Dutton. “Y es un círculo vicioso. Tienes miedo de salir de casa sin fijarte si tienes suficiente medicación… Es un sentimiento aterrador”.

En Arizona, los consumidores de medicamentos dicen que están atrapados en un patrón casi idéntico de adicción a las drogas, que comienza con un frasco de pastillas y termina con una aguja.

Cronkite News llevó a cabo una investigación de cuatro meses sobre el aumento del abuso de opioides recetados en Arizona. En 2015, ingresaron al estado más de 2 millones de gramos solamente de oxicodona, la tercera cifra total más alta per cápita del país.

En la Universidad Estatal de Arizona, decenas de periodistas examinaron miles de documentos y viajaron por todo el estado para entrevistar a adictos, policías, funcionarios públicos y expertos en atención médica. El objetivo: descubrir la raíz de la epidemia, explicar las ramificaciones y brindar soluciones.

Desde 2010, más de 3,600 personas han tenido una sobredosis y fallecieron a causa de los opioides en Arizona. En 2015, el número de muertos ascendió a 701, el mayor en comparación con los años anteriores, según un análisis del Departamento de Servicios de Salud de Arizona.

Cada uno de los adictos a quienes Cronkite News entrevistó dijo que nunca imaginó que consumir medicamentos legales para el dolor lo podría arrastrar a un ciclo insaciable de abuso de drogas. Estos adictos son hombres jóvenes que tienen una recaída apenas salen de rehabilitación en Prescott, mujeres que dejan a sus hijos en busca de la recuperación e hijos de familias muy unidas con madres que, según sus palabras, los aman “casi” más que a su vida.

Según un informe de 2016 del cirujano general de los Estados Unidos., 12.5 millones de personas en todo Estados Unidos dijeron que habían abusado de analgésicos de venta con prescripción médica durante el año anterior.

“En mi opinión, abusar de un opioide recetado no difiere de inyectarte heroína en el brazo”, dijo el Tte. James Scott, subcomandante de la Alianza Contra Narcóticos de la Policía de Tucson. “Ambos son opioides. Los estás tomando por el motivo equivocado. No importa que un médico te los haya recetado, no quiere decir que esté bien”.

Dutton y Parker, juntos durante casi 20 años, se están recuperando. Tienen cuatro hijos, dos perros y una tortuga que se arrastra por el piso de baldosas de su reducida casa. Son arrendatarios de esa casa, una de una larga lista de viviendas arrendadas donde han vivido a medida que la adicción vaciaba sus cuentas bancarias.

La tortuga que tienen de mascota y que deambula por el piso de baldosas al principio pertenecía a la madre de Dutton, que la dejó luego de fallecer de una sobredosis de fentanilo y oxicodona en noviembre de 2010. Julia Barnett era enfermera, rescataba animales, amaba a sus hijos, y también era adicta a las drogas.

Uno de sus médicos era Robert Osborne, un anestesiólogo que le recetó cientos de analgésicos. Ella compartió libremente esos medicamentos con Dutton y su esposo, así como con su hijo de 41 años, quien murió de intoxicación por heroína y alcohol el año pasado.

Cuatro años después de la muerte de Barnett, en 2014, un gran jurado federal acusó a Osborne de recetar miles de analgésicos a pacientes de todo Tucson. Osborne se declaró inocente de todos los cargos formulados en su contra, que incluían distribución y despacho ilegales de una sustancia controlada, tener un establecimiento relacionado con las drogas y fraude en la atención médica. Ese caso está en curso.

“Causó un torbellino de adicciones en mi familia”, dijo Dutton.

Jamie Dutton y Brian Parker han estado casados durante casi 20 años. En la última década, tanto marido como mujer han luchado contra la adicción a las pastillas. (Fotografía de Sean Logan/Cronkite News)

Parker también fue a ver a Osborne. Dijo que el médico solamente aceptaba dinero en efectivo, lo desnudó y le preguntó si trabajaba para la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés). Parker le dijo que no. “Entonces te pregunta qué quieres, y tú se lo dices y él te hace la receta”.

“Era simplemente un narcotraficante legalizado”, dijo. “De alguna manera, es responsable de lo que le pasó a mi suegra”.

Parker pronto perdió su trabajo y su seguro de salud y pasó de las pastillas a la heroína. Dijo que no tuvo elección. El malestar debido a la abstinencia era muy fuerte, era como si “Dios te quitara el alma y luego te atropellara un camión”, afirmó.

Tres de cada cuatro nuevos consumidores de heroína dijeron que tomaron opioides de venta con prescripción médica antes de empezar a inyectarse, fumar o inhalar heroína, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Casi todos los adictos a quienes entrevistó Cronkite News dieron su propia versión de esa misma historia.

Dutton dijo que ha estado sobria durante un año aproximadamente. Parker no consume drogas desde agosto. Dijo que está tratando de ser un mejor padre para sus dos hijos más pequeños y sus dos hijas mayores, que crecieron a la sombra de su adicción.

“Me ven como un adicto de m—”, declaró. “Se merecen algo mejor. Pero ahora lo estoy intentando”.

Dutton dijo que recientemente hallaron bolsas vacías de heroína en la habitación de su hija de 17 años.

“Ella conoce a todos los traficantes de este barrio y no queremos que vaya por ese camino”, afirmó.

Kayla McBride

Cuando no tenía dinero para comprar pastillas, Kayla McBride se acostaba con su traficante, un hombre a quien conoció a través de amigos en común en Facebook. Estaba buscando Percocet, un fármaco que empezó a consumir cuando tenía 16 años.

“No me importaba, porque estaba muy enferma y me entregué”, afirmó. “Sentía repugnancia hacia mí misma, pero él me entregaba las pastillas y yo las consumía en ese momento y luego, a plena luz del día, sacaba un papel de aluminio y comenzaba a fumarlas”.

McBride dijo que tuvo cinco sobredosis. La joven de 23 años estaba en un centro de rehabilitación de Prescott en septiembre, pero en noviembre sufrió una recaída. Lo que comenzó como el hábito de tomar pastillas mientras asistía a la preparatoria se transformó en una grave adicción a la heroína.

“Una vez que tuviste la experiencia de drogarte con meta, heroína, pastillas, algo así, eso siempre estará presente”, dijo.

Dos semanas después de graduarse de la preparatoria, McBride conoció a Brandon, ahora su exnovio. Él la introdujo a la heroína.

“Simplemente quería sentir lo que él sentía”, dijo.

Las drogas influyeron en su relación. El primer año en el que consumió heroína, él solía inyectársela porque ella les tenía miedo a las agujas. Un día, ella aprendió a inyectársela. Dijo que no quería tener que esperarlo.

McBride ha intentado no consumir drogas desde 2013 y ha recaído una y otra vez. Los miembros de su familia han dejado de hablarle. Tiene un hermano de 13 años que la ha conocido solamente durante la agonía de la adicción.

Al igual que McBride, casi todos los adictos sufren una recaída. La tasa de recuperación del abuso de sustancias entre adolescentes es del 35 por ciento, informa el Cirujano General de los EE. UU. Lograr una recuperación a largo plazo, si se logra, puede llevar hasta ocho o nueve años.

“Es esa pequeña… esa voz en lo profundo de tu mente que te dice una vez más: No pasa nada, no pasa nada”, dijo McBride. “Pero una vez nunca es suficiente, jamás”.

Nicole Creech

Nicole Creech dijo que comenzó a consumir analgésicos de venta con prescripción médica a temprana edad para sentirse “normal”.

Con el tiempo, comenzó a experimentar con otras drogas, desde éxtasis hasta heroína y metanfetamina en forma de cristal.

Ahora, sobria desde hace 16 meses, dijo que su recuperación de la adicción aún es una parte activa de su vida, que requiere trabajo, paciencia y fortaleza.

“Tengo dos opciones”, declaró Creech. “O me quedo y hago esto todos los días, sin importar si me duele, me siento triste o extremadamente feliz. O me voy y muero. Creo de verdad que si sigo el camino de la adicción solo me queda la muerte”.

Brock Bevell

Brock Bevell miraba fijamente las filas ordenadas de los frascos anaranjados de pastillas alineados en su botiquín. En ese momento, se dio cuenta de que le importaba más el contenido del botiquín que su matrimonio. Tal vez incluso más que sus hijos. Decidió desintoxicarse.

Durante siete largos días, contó que estuvo acostado, desintoxicándose, en el suelo del baño.

“Eso me llevó a reconocer que tenía una adicción”, dijo. “Te importan más tus pastillas que todo lo que hay a tu alrededor. Así que mi familia sufría, mi trabajo y mi relación con otras personas se resentía. Todo se veía afectado por ello”.

Bevell, en ese entonces un oficial de policía de Mesa, era un padre de cinco hijos comprometido con su fe mormona. No bebía alcohol ni consumía drogas hasta que comenzó a acumular lesiones como oficial de policía. Comenzó con una lesión en la rodilla luego de saltar una cerca mientras perseguía a un sospechoso. En otra persecución, un sospechoso bajo los efectos de metanfetaminas lo atropelló con un automóvil.

Sus botiquines estaban llenos de Percocet, Vicodin, hidrocodona y demás, de diferentes médicos.

“Tenía una cantidad ridícula de medicamentos en mi casa”, dijo. “Debido a que yo era un oficial de policía, el médico pensó ‘oye, este tipo está obteniendo prescripciones de varios médicos a la vez con fines ilícitos’”.

Su matrimonio se disolvió. Su adicción aumentó. Se jubiló de la policía.

Brock Bevell se encuentra parado fuera del centro de rehabilitación del que es propietario, Blue Vase Recovery, en Show Low. Luchó contra la adicción a las pastillas de venta con prescripción médica durante años después de que se lesionó en el trabajo como oficial de policía en Mesa. (Fotografía de Lily Altavena/Cronkite News)

Bevell ha estado sobrio durante siete años. Se mudó a Show Low, donde trabajó en el consultorio del médico forense y como vicedirector en la preparatoria local, donde vio padres tambalearse drogados o ebrios a la escuela.

El año pasado, él y su hermano Jimmy abrieron el Centro de Recuperación Blue Vase, uno de los pocos centros de tratamiento del Condado de Navajo.

“En mi opinión, las pastillas son muy fáciles”, dijo Bevell. “Están en todos lados. Cada botiquín en los Estados Unidos tiene pastillas”.

Brett Morrison

Brett Morrison, graduado de la Brophy College Preparatory en Phoenix, dijo que empezó a devorar pastillas el verano anterior a comenzar sus estudios universitarios en Northern Arizona University. En la preparatoria, fumaba marihuana casi todos los días y probó cocaína y éxtasis. Pero los analgésicos lo hacían sentir diferente.

“Era algo así como ‘esto es lo que me he estado perdiendo toda la vida’”, contó. “Sentía que tenía una experiencia espiritual en ese momento”.

Morrison, que ahora tiene 34 años, no terminó la universidad. En lugar de ello, su vida se centró en las drogas. “He estado en 11 centros de rehabilitación”, dijo. “He estado en prisión dos veces. He perdido una cantidad incontable de amigos. He gastado cientos de miles de dólares. He perdido negocios. He perdido mi integridad. He perdido mi autoestima”.

Su madre, Janice Morrison, dijo que tenía miedo de su hijo, ya no reconocía al “muchacho maravilloso, alegre, enérgico, inteligente y brillante” que ella había criado. Ahora, él solía estar drogado con analgésicos o heroína, era verbalmente agresivo o estaba demasiado atontado como para levantarse de la cama.

“No era Brett en absoluto”, dijo. “Y cuando estaba drogado, como toda persona que haya pasado por esto, su ser querido se convierte en un monstruo”.

La cirugía en un hombro lesionado empeoró el problema. Incluso cuando le dijo a un cirujano que era un drogadicto, Morrison salió del hospital con una receta de treinta pastillas de OxyContin, recuerda su madre.

La cantidad de oxicodona que se receta en los Estados Unidos representa el 81 por ciento del consumo mundial del medicamento, según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas.

“Lo peculiar sobre los medicamentos de venta con prescripción médica y los opioides es que se hallan dentro de nuestra propia comunidad de atención médica y eso es excepcional. Excepcional en el sentido de que puedes ir a tu farmacia local y obtener estos fármacos”, dijo Steven Duplissis, asesor principal de la sección de fraude y abuso en la atención médica de la Fiscalía General de Arizona. “Puedes obtener una receta de un médico y, una vez más, lo importante es que debe haber una finalidad médica legítima para que se haga la receta”.

Morrison indicó que con el tiempo se fue a la calle a comprar pastillas, a veces llegó a gastar hasta $300 por día. En un momento, tenía los números de ocho o nueve traficantes en su teléfono. A los 28 años, pasó a la heroína. Era más barata.

“Toda persona que me dice que nunca se introducirá una aguja en el brazo, con el tiempo lo hace, esa es simplemente la evolución de la enfermedad por lo que he visto”, dijo.

Tuvo una sobredosis de heroína y casi murió la noche anterior a la boda de su hermano. Morrison era el padrino. “Eso no me mantuvo sobrio”, sostuvo. “El simple hecho de que vea morir gente a mi alrededor no me mantiene sobrio. Pero hoy me asusta”.

Ha estado sobrio durante más de nueve meses. Ayuda a otros adictos en un centro de rehabilitación de Scottsdale.

“Solo me preocupaba por mí mismo, qué puedo obtener de ti, cómo puedo usar alguna parte de mi intelecto, de mi humor, para tratar de manipularte y persuadirte para conseguir algo que quisiera”, dijo de su adicción.

Emily Shy

Dice que nació “loca por los caballos”. Cuando era una niña, Emily Shy les rogó a sus padres que le comprasen un caballo. Entrenaba a los animales, los preparaba y competía con ellos.

Pero fueron las molestias y los dolores que sentía al hacer lo que amaba lo que la llevaron a una adicción descontrolada, que finalmente la alejó de la rutina placentera de ensillar y montar un caballo.

Shy realizaba un trabajo exigente como vaquera en el sur de Phoenix. Estima haber descargado sola 10 fardos de heno el día en que tuvo un espasmo en la espalda que la hizo ir al médico. Dijo que le recetaron por un mes 180 pastillas de Percocet, junto con un relajante muscular.

“Te dan dos recetas de 90 pastillas de Percocet cada una, es realmente… no sé, es difícil no volverse adicto a eso”, contó. “Comencé a sentir que necesitaba las pastillas solamente para funcionar”.

El CDC estima que los profesionales médicos recetan opioides a uno de cada cinco pacientes con dolor no relacionado con el cáncer o con diagnósticos relacionados con el dolor: lesiones por accidentes automovilísticos, actividades deportivas, accidentes en el trabajo, etcétera. De 1999 a 2010, las muertes de mujeres en los EE. UU por sobredosis de opioides de venta con prescripción médica aumentaron un 400 por ciento.

En 2011, Shy volteó su automóvil a la salida de un bar llamado Cocomo Joe’s en Cave Creek, después de haber tomado pastillas durante todo el día. El automóvil quedó destrozado. Se fue caminando sin un rasguño y fue puesta en arresto domiciliario durante 75 días.

“Al principio, tienes toda esta energía y estás tan feliz y todo eso, y luego cambia y te sientes cansada y te quedas dormida y, para ese momento, eres adicta”, dijo. “No tienes muchas opciones en ese momento porque si dejas de consumir, te sientes mal”.

Dejó de trabajar con caballos.

Emily Shy y su hija pasan tiempo juntas en su casa de Glendale. La mujer de 32 años se lesionó cuando trabajaba de vaquera. (Fotografía de Lily Altavena/Cronkite News)

Tenía 24 años cuando comenzó a tomar pastillas por primera vez. A los 28 años, empezó a consumir meta. Lo que motivó a Shy a estar sobria fue un arresto en 2013. Su novio en ese momento fue enviado a prisión. Ella estaba embarazada.

“Ellos (la policía) realizaron una prueba de detección de drogas porque yo había admitido que consumía”, dijo. “La prueba dio como resultado… dio como resultado 17 sustancias diferentes. La heroína era una. Las pastillas, otra”.

Lograr estar sobria ha sido “confuso y duro”. Volvió a tomar pastillas después de un tratamiento dental. Al final de un programa de 90 días, recuerda desear las drogas con tanta intensidad que dijo que volvió a consumirlas por lo menos durante seis meses más. Sus padres, contó, estaban devastados.

“No tiene sentido en absoluto lo que hacemos y lo que nos impulsa a hacer lo que hacemos”, dijo. “Una persona normal dice: ‘Ay, simplemente no lo hagas más, déjalo, solo toma la decisión’. Pero no es tan fácil una vez que la sustancia química se apodera de ti”.

Shy quiere ser contadora. Está estudiando para graduarse con un título de técnico universitario en mayo. Está criando a su hija, Chloe.

“Estar en recuperación significa retribuir a mi comunidad y tratar de ayudar a otras personas que tienen la enfermedad de la adicción”, manifestó.

Las periodistas Kate Peifer y Karla Liriano de Cronkite News colaboraron con este artículo.